Pandemia

Al principio apareció la incredulidad. Esto era impensable. ¿Una pandemia? Eso sólo pasaba en las películas. 

El virus apareció en China y todo aquello de las mascarillas y las cuarentenas parecía muy alejado de nosotros. No se nos pasaba por la cabeza que aquella enfermedad con nombre extraño pudiera escaparse de nuestro control. Además, era como una gripe, no había porqué preocuparse.
Pero de repente, ocurrió. 

Desde el gobierno empezaron a extremar precauciones y aquello que parecía imposible, estaba pasando. Lo teníamos encima. 
El ambiente era raro. Cerraban los colegios y muchos lo celebraban como si les hubieran dado vacaciones.

Intentábamos abastecernos. Se agotaba el gel hidroalcóholico, el alcohol, las mascarillas y los guantes. 
Y empezó la crisis del papel higiénico. Qué cosas, ¿no? Hay una pandemia y lo primero que nos preocupa es quedarnos sin papel higiénico. Imagino que las cosas que damos por sentadas y que no prestamos importancia, son en realidad las necesarias para nuestro acostumbrado bienestar. 

Las estanterías de los supermercados se vaciaban mientras las televisiones se llenaban de miedo. Los contagios crecían cada día más y nosotros solo podíamos quedarnos en casa para frenarlo, o para aplanar la curva; una de las nuevas expresiones que empezaba a tomar protagonismo en el día a día.
Aún con todo ese miedo, que parecía extenderse más rápido que el virus, mucha gente seguía sin tomar precauciones. Los hospitales se colapsaban, el número de fallecidos crecía sin parar, y llegó lo inevitable.

Se declaró el estado de alarma. Algo que tampoco habíamos escuchado nunca, ni sabíamos de su existencia. Fue entonces cuando empezamos a tomar conciencia de verdad. 
A estas alturas de la crisis, ya teníamos todos a alguien conocido, o amigo de un amigo, incluso a alguien de nuestro entorno familiar, que estaba contagiado. Seguíamos cada día su evolución y nos dábamos cuenta de en muchos casos, la enfermedad no tenía nada que ver con una gripe. El desconcierto se apoderaba de nuestras mentes.

Los días pasaban y seguíamos encerrados. No podíamos ver a nuestros padres, a nuestros amigos… Teníamos que estar aislados. Las videoconferencias se convirtieron en abrazos, una foto era lo más parecido al calor de la comida de nuestras madres. Nos cuidábamos para no enfermar y no tener que ir al médico, porque era peligroso, teníamos miedo de perder el trabajo… Toda nuestra realidad se desmoronaba. 

Perdimos seres queridos y tuvimos que despedirnos por teléfono, ese objeto que se convirtió en un hilo afectivo que nos unía con el resto del mundo. Una ventana al exterior.
Y a su vez, comenzábamos a valorar lo simple, a extrañar lo cotidiano. Deseábamos volver a las rutinas, a trabajar, madrugar, los trayectos en coche.
Qué bonito era, qué seguros nos sentíamos y qué poco conscientes éramos de la libertad que teníamos antes de todo esto.

Las noticias y las redes sociales eran el vínculo con el exterior, excepto cuando salíamos al supermercado, como la gran proeza semanal que nos abastecía moral y físicamente. 
El ritual de hacer la compra te hacía sentir como en una película apocalíptica. Ponerte la mascarilla, los guantes, ir a comprar a un lugar en el que te hacían desinfectarte las manos antes de entrar, donde todo el mundo se alejaba de todo el mundo, poniendo mala cara a quien se saltaba la norma de los dos metros o esperar las colas llenas de carros abarrotados de papel higiénico. Y qué decir de la vuelta a casa: descalzarte, desinfectarte las manos y toda la compra, artículo por artículo, ducharte solo por haber salido de casa y haberte expuesto. Sin duda, esto es algo que no olvidaremos jamás.

En todo este proceso absolutamente increíble, en el sentido menos positivo de la palabra, para todos, empecé a pensar algo positivo: éramos mas fuertes de lo que creíamos. Teníamos un capacidad infinita para consolar, levantar el ánimo a los demás, o provocar risas en quien lo necesitaba. El ingenio de las redes sociales era abrumador y los artistas amenizaban cada plataforma de manera altruista para hacernos el confinamiento más agradable. 

El aplauso de las 20:00, un ritual que mostraba el agradecimiento a todos los que nos cuidaban y se exponían al peligro, haciendo de su vocación su bandera, sin perder la sonrisa y poniendo un poquito de su alma con cada persona, para hacernos más fácil lo difícil. Ese aplauso que se convirtió además en un modo de sentirnos acompañados, de escuchar que había gente a nuestro alrededor y que no estábamos tan solos como creíamos. Un modo de ver que los muros de nuestras casas nos mantenían a salvo, pero lo que nos mantenía vivos era la solidaridad. 

Nos demostramos que éramos grandes inventando algo nuevo cada día. Los policías bailaban en la calle para felicitar los cumpleaños de los pequeños, miles de  voluntarios se ofrecían a hacer la compra a nuestros mayores, los vecinos dejaban notas en los ascensores ofreciendo ayudas insólitas para facilitar la vida de los aislados, los profesores ofrecían ideas creativas para que sus alumnos no notaran el confinamiento.

Y así, poco a poco, hemos llegado hasta aquí. 
El virus sigue fuera, entre nosotros, y ahora nos toca aprender a convivir con él y ser precavidos, pero sin miedo, porque ya sabemos más que al principio y el conocimiento es nuestro aliado. Ahora nos toca ser responsables con nosotros mismos, con las personas mayores y con la sociedad. Pero sobre todo, nos toca hacer balance. 

Después de tantos días de confinamiento, todos hemos aprendido cosas, nos hemos conocido más, hemos hecho tareas que teníamos pendientes, hemos soñado los planes que haremos cuando todo esto pase y hemos sacado lo mejor y lo peor de nosotros para salir adelante. Hemos sido fuertes, todo lo que nos ha sido posible. Sí, aunque creas que a veces la situación nos superaba, lo hemos sido.
Es un buen momento para la reflexión. Para hacer la lista de lo que hemos aprendido. Ahora sabemos a qué le damos más valor, qué es lo que echamos más de menos y qué es lo que nos sobra. 
Estoy segura de que no has echado en falta lo frívolo, lo superficial, pero sí extrañas los abrazos, la salud o la libertad, ¿a que sí? 

Ahora sabemos priorizar las cosas realmente importantes. La familia, el afecto, la solidaridad, el amor, los sueños… Y deseamos cuidarnos a nosotros mismos y a los demás, como antes no éramos capaces de hacer.

La realidad es que, estemos confinados o no, todo eso lo tenemos cerca, muy cerca, y debemos entender que lo importante nunca estuvo fuera, estaba dentro de nosotros.
Tuvimos que perder todo para darnos cuenta de lo poco que necesitamos. Tuvimos que echar de menos para valorar lo realmente importante y, ahora que estamos llegando al final de esta historia, que parecía de ciencia ficción e imposible de superar, vemos que somos fuertes, que aprendemos, que podemos conseguir algunos logros. Cada uno sabe cuales son los suyos. Cada uno, aunque no lo reconozca, sabe qué aprendió de esta crisis. 

Es tiempo de reflexión. 
¿Te animas a mirar hacia adentro y reconocer lo que te hizo más fuerte y todo lo que esta crisis te enseñó?

Recuerda algo. La palabra crisis en japonés, está compuesta por dos caracteres que significan; Peligro…y OPORTUNIDAD.

Comments

  1. Hola Eugenia! Estoy totalmente de acuerdo con tu reflexión.
    Creo que la pandemia ha ayudado a muchas personas a valorar lo sencillo y cotidiano. A valorar más el tiempo, que es lo más valioso que tenemos en esta vida. A entender que tod@s, independientemente de la raza, la religión, la cultura, els status económico,... somos iguales. Que tenemos las mismas oportunidades de tener éxito y fracasar, de ser felices y de aprender.
    Me gustaría que este mal momento global ayude a recuperar valores y sobre todo principios, los que nos marca la Madre Naturaleza, y no nos sumerjámonos otra vez en la individualidad y frialdad de una sociedad desociabilizada. Que mantengamos el amor, el respeto y la generosidad durante el máximo tiempo posible.
    Y que reflexionemos sobre lo afortunados que somos por tener la oportunidad de vivir esta vida, corta pero maravillosa.
    El Rugby me enseñó a todos tenemos nuestro lugar en el equipo, sin nombres, sin estrellas, sin egos... cada jugador ocupa su lugar y hace su función para hacer que el equipo pueda avanzar y progresar, con honestidad, respeto, perseverancia, determinación y pasión, mucha pasión.
    Quiero agradecerte que emprendas este nuevo proyecto, seguro que ayudarás a muchas personas a crecer y conseguir sus objetivos.
    Gracias gracias gracias

    ReplyDelete
  2. Me ha gustado mucho el artículo, me quedo con el final, “La palabra crisis en japonés, está compuesta por dos caracteres que significan; Peligro…y OPORTUNIDAD”.
    Saquemos el lado positivo de todo esto. A mi me ha servido para pararme un poco a verme a mi misma y a mi vida, y para tomar las riendas, que estaba viviendo para trabajar en vez de trabajando para vivir.

    ReplyDelete

Post a Comment

Popular posts from this blog

Mujeres en la Psicología

Consejos para el nuevo confinamiento